Una entrega sin reservas
“Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” Jeremías 33:3
Al cumplir dos años de casados, Gonzalo y yo queríamos tener hijos. Lamentablemente, algo impedía que quedara embarazada y después de algunos estudios, descubrimos la causa: quistes en los ovarios. Fue así que nos sentimos impresionados por Dios para hacer cambios sustanciales en nuestro estilo de vida. Pasados tres años, los quistes habían desaparecido. Nos llenamos de alegría y esperanza, pero el tiempo pasó y nada sucedió. La doctora nos explicó que era un caso singular porque físicamente ambos estábamos en condiciones de tener hijos. Apenados, le entregamos la situación a Dios. Esta fue nuestra primera entrega.
Los años transcurrieron, entonces Dios puso en nuestros corazones la necesidad de comprometernos más con la obra misionera. En el año 2015, dejamos nuestro país para ir al Instituto Quebrada León en Bolivia, donde empezamos un entrenamiento para servir como evangelistas en salud. Apenas teníamos un mes allí cuando mi esposo sufrió la recaída de un antiguo problema de gastritis. Hice todo lo que pude para ayudarle, preparé dietas especiales e hice tratamientos naturales, pero la salud de mi esposo no mejoraba.
Después de realizarle exámenes, los médicos nos informaron que tenía Helicobacter Pylori, salmonella, úlceras y esofagitis. A pesar de los tratamientos médicos, el cuadro clínico de mi esposo sólo empeoró. Al verlo agravarse por los constantes vómitos y la pérdida de peso, entré en desesperación y empecé a clamar a Dios como no lo había hecho jamás.
—Señor, ¡no lo entiendo! —clamé angustiada.
Hasta entonces, me había sentido muy capaz de ayudarlo. Había intentado luchar con mis propias fuerzas para salvarlo. Ahogada en llanto, volví a orar.
—No sé cómo hacer esto. Si tú quieres que él descanse, está bien. Te lo entrego. ¡Reconozco que él es tuyo antes que mío! Pero si decides que Gonzalo descanse, ayúdame a serte fiel.
Al día siguiente, Gonzalo tuvo una leve mejoría que fue en aumento hasta que se recuperó por completo. Fue claramente un milagro de Dios. Días después, le conté acerca de mi oración sincera. Esa misma noche, al no poder conciliar el sueño por el dolor, él también se había entregado a sí mismo, pidiéndole a Dios que le hiciera descansar, si esa era su voluntad. Esa fue la segunda entrega que le hicimos a Dios.
Después de su recuperación, Gonzalo se ha mantenido saludable hasta hoy. Sin embargo, esa experiencia me enseñó que la fuente de poder de la sanidad no se encuentra en las plantas, en las dietas, en los tratamientos naturales o en los convencionales, sino en la confianza y la entrega total a la voluntad de un Padre soberano y misericordioso, que conoce y quiere lo mejor para mí.
Por un lado, la respuesta de Dios de devolverle la salud a mi esposo, fue positiva. Por otro lado, la de darnos hijos, fue negativa. Sin embargo, esa respuesta llegó junto con un bálsamo para nuestro corazón. Estamos en paz con su voluntad. Durante este tiempo, el Señor nos ha regalado la oportunidad de trabajar con muchos jóvenes y ser parte de su formación como misioneros. No podríamos haberlos atendido de la misma manera si hubiéramos tenido hijos, y hasta ahora ellos han sido el motivo de nuestro gozo.
Te invito a confiar en Dios, como un Dios real vivo y cercano, que siempre quiere darte no sólo lo bueno, sino lo mejor. Alguien que responde, y en caso de dar una respuesta negativa, da juntamente con ella el consuelo que conforta el alma. Él siempre extiende sus brazos, a veces para dar y a veces para consolar.
—Yéssica Larenas
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