El amor de Dios no conoce fronteras (Segunda Parte)

“Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!” Isaías 55:8

Nunca imaginé todo lo que sucedió este año y aunque con dificultades para regresar a casa, en todo momento Dios estuvo conmigo.
Ya en Perú, con Ariel, Maxi y María (mi pareja misionera) me encontraba totalmente desconectada de las noticias y las redes sociales. Fue por esa razón que la pandemia fue una gran sorpresa para mí.
Aquel martes una repentina noticia sobre la cuarentena nos empujó a tomar decisiones más apresuradas de lo normal. Y entre preguntas y diálogos para aclarar nuestra situación, Ariel y Maxi decidieron viajar juntos. Yo; en cambio, decidí quedarme en casa de María (que vivía en aquella ciudad de Juliaca).
—¡Solo serán dos semanas!— pensaba dentro de mí.
—¡Pasarán muy rápido!, luego podré viajar tranquilamente a casa. — decía muy confiada dentro de mí
Y así fue como comenzó mi larga estadía en Perú…

Quedarnos en Perú o ir a algún lado, significaba solventar gastos por nosotras mismas, pero con Maria planificamos dar clases de cocina y terapias a los hermanos de iglesia a domicilio durante “las dos semanas”. Y durante ese corto tiempo Dios nos dió comida y el dinero necesario.
Antes que terminaran las dos semanas de cuarentena, el presidente de Perú a través de un mensaje a la nación, extendió a otras dos semanas.
—¿Otras dos semanas?, pasarán rápido—dije.
Por mientras iniciamos un grupo pequeño para estudiar El Santuario, y ese fue un tiempo muy bendecido.
—Dos semanas más—decían las noticias.
El número de casos en el país estaba aumentando y las restricciones también aumentaban.Pronto ya no podíamos salir a dar clases ni estudios, el dinero y la comida no llegaban como antes y nuestra respuesta a esa situación, fue la oración. Los alimentos llegaron justo en el momento preciso, pues eran cuatro generosas canastas de víveres. Entonces el versículo :“Los ojos de todos esperan en ti, Y tú les das su comida a su tiempo”, cobró sentido para mí.

—Dos semanas más
—Dos semanas más
Definitivamente ya no me sorprendían ese tipo de noticias, pero ya habían pasado casi dos meses, y no sabía cuánto más podía soportar seguir en cuarentena.
—Señor, ya no sé cuánto más pueda estar en este lugar, llévame a otro lado o dame fuerzas para seguir en esta situación.

Al día siguiente un mensaje confirmó la respuesta de Dios, invitándome a otro lugar. Al instante, empaqué lo más importante dentro de una mochila y salí con dirección a Juli (124km al sudeste de Juliaca). Durante el camino hubo muchos puntos de control que gracias a Dios pasé sin problemas a pesar de que era extranjera, e incluso recibí ayuda de parte de los militares para llegar a mi destino.
Estuve en Juli durante un mes y al estar allí me puse en contacto con el consulado boliviano para regresar a casa de manera legal.
—Su fecha de regreso es el 27 de mayo.
Fue una sorpresa para mí, pues ya estaba acostumbrándome a vivir en aquel lugar, aún así estaba agradecida.
Pero había un problema, necesitaba dinero para el hospedaje de la cuarentena y una prueba de covid 19 antes de viajar. ¿Cuál era el problema?; me dieron la noticia el 24 y el 25 de mayo tenía que entregar la prueba al medio día.
—¿Cómo iba a tener la prueba en tan poco tiempo?, ¿de dónde sacaré dinero?.

Luego de saber que lo que necesitaba para salir del país era difícil de conseguir en tan poco tiempo, sólo podía orar. Y en respuesta a aquella oración sincera, Dios proveyó el dinero a la mañana siguiente. Ese día fui en busca de la prueba al hospital más cercano, pero la respuesta del médico fue negativa:
—No hay pruebas ni aún para esta zona.
Fui al segundo hospital en Ilave (a 28km de Juli) y al saber que era extranjera me dijeron:
—Pero tú eres boliviana… No hay pruebas ni aún para nuestra gente, ¿cómo te la daríamos a ti?.
No sabía qué hacer, ya eran las 10 de la mañana y solo me senté en una banca del hospital cuando de pronto se acercó un doctor y me dijo:
—Hijita, no te preocupes. Solo levántate y esfuérzate. Si se cierra una puerta, entonces ¡se abre otra puerta!, tus esfuerzos pronto serán recompensados, ¡hija confía!
Solo pude llorar en ese momento y entre lágrimas le di las gracias—No soy yo, es Dios—me dijo él.
Yo me quedé asombrada y secando mis lágrimas decidí ir a Puno (a 54km de Ilave) donde tuve el libre paso a pesar de los puntos de control, sólo mostrando mi cédula boliviana. Al llegar me encontraba muy cansada y gracias a Dios me hicieron la prueba que tanto estaba buscando y mientras respondía las preguntas del médico, todo apuntaba a que saldría positivo. Pero después de 15 minutos de espera al fin me dieron el resultado diciendo:
—Hija, aquí tienes tu pase a Bolivia. Creo que has caminado mucho y tu esfuerzo fue recompensado. Hija te irá bien, ¡pero sigue!
Yo sabía que los que me hablaban no eran los doctores, ¡era Dios!
¡Y algo más!, al momento de salir del hospital, el guardia me preguntó:
—¿Cómo te fue?—le dije que salí negativo y él sólo dijo:
—Ya me lo imaginaba, ahora tienes que seguir adelante. Sólo cuídate y sigue.
Definitivamente Dios estaba hablando en el momento preciso. Finalmente a las dos de la tarde logré completar todos los requisitos.
Antes de partir a Bolivia, dos personas de la congregación de Juli se acercaron a mí y poniendo dinero en mis manos decían :
—Lo vas a necesitar— Y yo me preguntaba si realmente lo iba a necesitar, pero aquel dinero me sirvió para llegar a casa y comprendí que Dios siempre me da todo lo que necesito.
Llegando a La Paz, entré en cuarentena y cada día controlaban mi temperatura, presión, pulso, etc. Pero aún cuando estaba en una habitación, con la ayuda de Dios logré tener contacto con médicos al compartirles promesas de la Biblia.
—¿Tú lees la Biblia?—decían ellos.
—¡Sí!
—Pues eso te ayuda mucho.
Lo más bonito que pude ver es que Dios puede cambiar la situación a pesar de que creí que tomé una mala decisión. A pesar de estar en otro país, él estaba cuidando de mi familia y la estaba uniendo. Dios convirtió todas las cosas en bendición para mí.

Marisol Aguayo Valencia – Misionera voluntaria en el Instituto Quebrada León

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