A los pies del Maestro
“Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” Lucas 24:27
Llevaba más de un año y medio sumergido en las drogas, y como consecuencia no podía concentrarme, ni recordar los pensamientos que había tenido momentos atrás, sentía que había perdido la capacidad de razonar. La cúspide de mi preocupación llegó un día que me encontraba en casa. Antes de acostarme, vi una Biblia sobre mi velador. La levanté para leer, pero terminé frustrado al reconocer que no podía captar ni lo básico del texto. Angustiado, por el temor de haber dañado irreversiblemente mi cerebro, me arrodillé para orar.
—Dios, tú sabes todo lo que hago, y sé que está mal. Sé que me voy a perder por lo que estoy haciendo, pero no quiero dejar de hacerlo. Lo siento por ti, que no vas a verme en el cielo, porque esta es la vida que a mí me gusta. En el nombre de Jesús. Amén. —dije con sinceridad.
Esa oración fue el inicio de un cambio que en ese momento no percibía. De ahí en adelante, mi deseo por seguir con la vida que estaba viviendo no fue el mismo. Cada vez que volvía a consumir drogas sentía culpa y arrepentimiento por haberlo hecho. Esto era nuevo en mi corazón. De forma inexplicable, las drogas y las fiestas perdían cada vez más el sabor agradable que tenían.
En medio de todo ese proceso, tenía mucho deseo de hablar con Dios. Tuvimos largas conversaciones, cada vez más profundas y frecuentes. En una de ellas, le conté el dolor que estaba sintiendo; temía despertar al día siguiente y seguir con lo mismo de siempre. Ya no quería continuar cayendo en la misma oscuridad. Entonces, le sugerí a Dios que me dejara morir esa noche. Así, podría descansar en sus manos y salvarme. Dejaría de vivir a los 18 años, pero tendría una eternidad para compartir con Él. Me parecía que ese era el mejor camino que Dios podía elegir para mi vida. Pero no sucedió como pedí.
Gradualmente, la alegría por hablar con Dios y leer la Biblia iban en aumento. Conocí amigos que daban estudios bíblicos y, al poco tiempo, empecé a darlos yo mismo. Aunque mis conocimientos teológicos eran precarios, el hablar acerca de Dios con todos los que podía, me trajo mucho gozo. Llegó un momento en el que mi corazón quería que Él me hablara directamente a través de su Palabra. Anhelaba que Dios mismo me enseñara profundas lecciones y no sólo recurrir a lo que los demás decían acerca de Él por medio de sermones o libros explicativos.
Le confesé a Dios que a pesar de mis esfuerzos a través de los años, no entendía sus palabras en la Biblia. Él me convenció de que no podía entenderla por mi propia inteligencia y que la verdadera meditación bíblica va unida a la oración. Se trata de una relación y no solamente de comprensión teórica. La Biblia es más que una herramienta de conocimiento intelectual, o una fuente de inspiración para escribir buenos sermones, entendí que es como una carta en la que puedo encontrar a un Amigo personal.
Cada día, a los pies del Gran Maestro, por medio de la oración, le expongo mi corazón, con todo lo que pasa dentro de mí; lo bueno y lo malo. Y, al leer su Palabra, me recuerda que no soy una víctima desamparada en medio de los problemas, me permite ver con claridad que es Él quien mantiene mi vida bajo control, en total seguridad. La Biblia me ha mostrado que Jesús es mi mejor amigo, alguien que me comprende plenamente. He encontrado en ella respuestas a cada una de mis necesidades y solución a todas mis dificultades.
Durante siglos, Dios ha preservado esta carta de amor para que llegue hasta ti. ¿Tienes dificultades para entenderla? Habla libremente con Dios acerca de ellas y dale la oportunidad de ser tu Maestro. Considera que Él está deseoso de iniciar una amistad eterna contigo. Solo déjate acompañar.
—Maximiliano Juárez
Leave a Comment